Hace un par de años, no recuerdo cuando precisamente, de la nada me llegó un sentimiento de no querer estar en el lugar en el que me encontraba en ese momento. Tome una mochila y empaque un par de cosas, entre a la red para buscar rutas para llegar a un destino, que en ese entonces yo creía que poder ser mágico.
Camino a ninguna parte.
Hace un par de años, no recuerdo cuando precisamente, de la nada me llegó un sentimiento de no querer estar en el lugar en el que me encontraba en ese momento. Tome una mochila y empaque un par de cosas, entre a la red para buscar rutas para llegar a un destino, que en ese entonces yo creía que poder ser mágico.
Tome mis cosas, me fui, no dije
cuando volvería. Agarre un camión en la central camionera del norte por la noche,
cada kilometro recorrido alejándome de la ciudad me fue llenando de un vacío, algún
peso se me vino encima y llore todo el camino. Melancolía.
Ya entrada la mañana, cercano a las 6, abrí los ojos, me
encontraba en algún poblado nebuloso, algunos pasajeros bajaron. Yo no sabía dónde
me encontraba exactamente, solo sabía que estaba lejos de casa. El camión avanzo y llegue a la terminal de San Luis. Vague
un rato por los alrededores, encontrando nada interesante que hacer por ahí,
solo deambulé mientras la gente me veía con gesto extraño, de esos cuando sabes
que alguien no pertenece a tu espacio.
Regrese a la terminal y me dirigí a Xilitla, ya allí me deje
llevar por un lugareño que me recomendaba una posada para mi corta estancia. Lo
seguí sin titubeos ni desconfianza. Llegue a una casucha de cemento con un sinfín
de habitaciones sin orden o discurso a una arquitectura decente. La dueña era
una señora gorda que usaba mandil de tela de “mascota” con encaje, pague mi
cuota, deje mis cosas y decidí salir a conocer el pueblo.
Nada especial, todo me parecía gris, las casas, las calles,
los lugareños, el centro del pueblo, los espacios sucios y sin chiste. Creí encontrar
un folklore conformante y abrazador a lo que creí que iba buscar. Me dirigí a un
café Internet y decidí ver que más podía hacer por los alrededores. Nada me complació.
Al día siguiente me dirigí al tan esperado lugar, anduve por
un camino terroso delimitado por una zona “selvática”, arribe, no recuerdo el
costo de la cuota y me adentre a conocer el lugar. Subí y baje por las
construcciones. Este viaje no me llevo a ningún lugar, las escaleras que subía
y bajaba, las puertas por las que entraba y las ventanas por las que me
asomaba. Nada me llevaba a ninguna parte. Estuve ahí metida todo el día.
Llegada la noche decidí volver a donde pertenecía. Regrese a
san Luis, el clima era nebuloso, el lugar también lloraba. Estuve casi todo el día
sentada frente a un enorme río, ver autos y gente pasar, escuchando el ruido
del agua correr por debajo de un puente. Me marche en un momento de lucidez.
Retorne sin respuesta a preguntas que no tenia, con una
misma incertidumbre de no saber que me afectaba.
Como si no me hubiera
marchado.
No fui a ningún lugar, no regrese a ningún lado.
Nunca me marche.
Me pareció el viaje más largo (y vacío) que he hecho hasta ahora.
Mañana viajo de nuevo...
me marcho a buscar ese algo que sigo
sin encontrar.
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